Introducción
La
definición de movimientos
sociales es amplia
y diversa. Cambia en el discrso histórico y según
la óptica de quien lo mire.Cuando hablamos tradicionalmente de
movimientos sociales pensamos en los obreros y
los estudiantes. Ellos
han tenido impacto
en reformas específicas en todo el mundo.Sin embargo, cuando nos referimos a
fenómenos emergentes ennuestro continente, como el movimiento
zapatista en México y los Sin Tierra en el Brasil, preferimos
señalarlos como los nuevos movimientos sociales.Estos
nuevos movimientos sociales
de América Latina
presentan elementos que al parecer son claves
en su caracterización. Son colectivos con buen grado de autonomía,
que desencadenan procesos sociales, con o sin el apoyo de las instituciones y
organizaciones tradicionales de la sociedad (Verdaguer, 1993). Buscan resolver problemas
vitales específicos, mientras apuntan a una voluntad de transformación social
más profunda y global. Luego profundizaremos en estos puntos.No
obstante, queremos afirmar
que los movimientos
sociales en
América Latina no
son un fenómeno
nuevo. Ellos han
estado presentes en el proceso histórico de
creación y consolidación de las sociedades republicanas. Pero
usualmente han sido relegados tradicionalmente
de las estructuras del poder dominante. Sin embargo, durante las últimas
décadas, los nuevos movimientos sociales latinoamericanos se han convertido en
actores fundamentales del devenir histórico en lo social, cultural, laboral, en
lo político. Así, están incidiendo de modo relevante en algunos países, por
ejemplo en la elección de presidentes de repúblicas y de miembros del Poder
Legislativo.
21 CAPÍTULO 1
conocimiento y de la realidad. En
los 70, Darcy Ribeiro anuncia que estamos a las puertas de un nuevo modelo
civilizatorio, permitién-donos una mayor visualización de nuestras
posibilidades como seres humanos y como pueblos. Enzo Faletto, Osvaldo Sunkel y
otros, con la Teoría de la Dependencia, agudizan nuestra mirada crítica para
reconocer que la
miseria de los
países del llamado
tercer mundo está relacionada con los mecanismos
económicos de producción y distribución impuestos por las grandes potencias.
También, hay propuestas que no solo aportan claridad teórica, sino también
formas prácticas de
liberación y reconstrucción de
espacios sociales. Por
ejemplo, Gustavo Gutiérrez,
Jon Sobrino y
Leonardo Boff, entre otros, desde la Teología de la Liberación nos
han señalado como
sujetos trascendentes, que
hemos de liberar-nos progresivamente de las
estructuras de opresión (o de pecado), para buscar nuestro pleno desarrollo
como seres humanos y partí-cipes del plan de Dios; desde aquí se generaron y
fortalecieron los Comités Eclesiales de Base, que siguen cumpliendo un papel
rele-vante en la educación y
organización popular del
continente. Autores como Lola
Cendales, Julio Barreiro, entre otros, nos hablan de la
Educación Popular como
esquema y estrategia
formativa y también política, que favorece la
concientización y la transforma-ción social ligadas a las dimensiones vitales
de los seres humanos. Esto ha impulsado un movimiento, aún vivo y palpitante,
en espa-cios sociales de nuestro continente. Y
no podemos dejar
por fuera a
Paulo Freire, quien
construye una propuesta
de formación desde
lo histórico, agudizando
nues-tra visión de la realidad hasta dar con los mecanismos de coerción
y sometimiento, y ofrece la palabra y la concienciación a los explota-dos y segregados, para la
búsqueda compartida de la liberación. Finalmente, podemos
señalar que cuando
la configuración social cierra las oportunidades de
crecimiento y desarrollo, y hasta del
mantenimiento de la
vida, los seres
humanos nos abrimos
a diversas posibilidades
creadoras. Así, desde
el mundo de
vida de
Movimientos sociales en
Venezuela: una propuesta transformadora22 estos
sectores sometidos y a la
vez excluidos concurre
una diver-sidad de actores, que
va creando el terreno propicio para el surgi-miento y afianzamiento de los
nuevos movimientos sociales. Es posible leer en la historia los hitos
fundamentales de los movi-mientos
originarios (levantamientos indígenas,
conformación de cumbes y quilombos, juntas patrióticas,
sindicatos, movimientos) y construir desde allí aprendizajes sociales que nos
constituyan como pueblos y como
creadores de sociedades.
También ha sido
posi-ble nutrirnos de toda la producción latinoamericana, que asume lo
ancestral, la creación
artística, la producción
teórica propia, para
alimentar el hecho
de que nos
constituyamos en sujetos
de nues-tros conocimientos, de
nuestras prácticas vitales y, en fin, de nuestra historia. Ya no
se trata de
asumir el espiral
dominante, ni de
tratar de llegar a su centro para configurar, desde
allí, las nuevas repúblicas. Ahora
se trata de
construir ensayos utópicos
(en el mejor
sentido de la palabra), desde
espacios al margen, creando múltiples espirales que apuntalen nuestro
desarrollo humano pleno; hecho que inevi-tablemente ha
de estremecer los
poderes y las
institucionalidades dominantes.
Un intento de caracterización de los nuevos movimientos socialesRaúl Zibechi
(2004) sugiere un enfoque para visualizar la acción, el sentir y el pensar de
esos colectivos organizados que han logrado conquistar “pequeños” espacios en
el marco de la totalidad social. ¿Por qué no mirarlos desde la totalidad
social, cuya reconfiguración interna y externa ha abierto la posibilidad de
abrir nuevos cauces de convivencia y de existencia pública? Los oprimidos, en
el fragor de las luchas sociales aseguran su supervivencia material y
espiritual, estableciendo para ello tejidos sociales, que ante el declive del
poder hegemónico configura espacios sociales inéditos (Zibechi, 2007).
23 CAPÍTULO 1
En otras palabras: estas
vivencias colectivas no se agotan en lo reivindicativo, sino
que abren nuevas
constelaciones existenciales cargadas
de futuro. Desde
la inmediatez de
lo reivindicativo han de
irse construyendo colectivamente espacios y problemáticas más amplias y
abarcadoras, articulando las
luchas sectoriales con
la transformación de la sociedad
(Rauber, 2006). Por ende, los movimientos sociales, entrelazados, casi
silencio-samente pueden redefinir
el rumbo de
la sociedad. En
este caso, los
movimientos sociales abrirían
un momento anticipatorio
de un amanecer social, que a
falta de un nombre mejor pudiera deno-minarse
un nuevo estadio
civilizatorio. En todo
caso, se trata
de espacios humanos de relación,
donde se vivencian identidades espe-cíficas, de una enorme riqueza que aún
parece contrastar con una orfandad teórica.
Los movimientos sociales,
sin ser un
fenómeno nuevo, han
venido tomando mayor
relevancia en la
actualidad. No solo
se consideran salidas locales,
inmediatas a situaciones de crisis, sino espacios dinámicos con tendencia a
consolidarse, incluso a incidir en la marcha global de la sociedad. En el caso
de América Latina, movimientos
tales como los
zapatistas (México), los
Barrios de Pie
(Argentina), los Sin
Tierra (Brasil), los
Consejos Comunales (Venezuela), el movimiento indígena (Ecuador,
Bolivia), entre otros, mantienen definiciones explícitas de su propia identidad,
que apun-tan a la reorganización de las
relaciones sociales. Antes, tal vez convenga recordar que los llamados nuevos
movi-mientos sociales no
pueden desarrollarse sin
grandes tensiones sociales. Su existencia y fortalecimiento
suponen de entrada agudos conflictos entre fuerzas sociales cuya resolución
implica transfor-maciones profundas en el orden existente. Los movimientos
socia-les, en sí mismos, se oponen a las fuerzas dominantes encarnadas en
empresas transnacionales, aliadas con un poder militar con exce-sivo desarrollo
tecnológico.
Movimientos sociales en
Venezuela: una propuesta transformadora24 Estas fuerzas sociales dominantes
suponen que la sociedad es un campo de batalla donde sobrevive el más apto,
siendo el capital el mayor indicador de éxito. De aquí que tales fuerzas, desde
una plata-forma comunicacional mundializada, defiendan el libre mercado, la
eliminación de los controles al capital, que favorecen el individua-lismo y la
competencia atroz. Esto se mira, desde los movimientos sociales, como la raíz
de situaciones extendidas de opresión, injusti-cia, inequidad, que mantiene en
la miseria a grandes porciones de la población mundial. En tal
sentido, nos proponemos
a continuación una
aproxima-ción ontológica a los movimientos sociales, es decir, una
indagación sobre el ser de tales movimientos. No nos cansamos de repetir que se
trata de un estudio provisional, que requiere de ulteriores correc-ciones y
seguramente de superaciones y replanteamientos. En este momento tomaremos
tres principios: el
principio de identidad
(cómo se definen a sí mismos), el principio de oposición (contra qué
luchan) y, en menor grado, el principio de totalidad (superación de la
antinomia identidad-oposición) (Doise, 1991).
De entrada, tenemos que decir que la identidad de los movimien-tos
sociales jamás será algo terminado, definitivo. Este sujeto social
permanentemente se autoconstituye en el proceso mismo de lucha por
autoperpetuarse, por lograr reivindicaciones concretas y apun-tar a una visión
global de sociedad (Rauber, 2006). Podemos extra-polar la visión del mundo
aimara, propuesta por Zibechi (2007), a los movimientos sociales. En tal
sentido, hablamos de una organiza-ción integrada a la vida cotidiana que es en
sí acción insurreccional, con una escasa división del trabajo, donde el propio
colectivo da y ejecuta las órdenes. Estos movimientos sociales, según Theotonio
Dos Santos (2006),
alimentados por las
fuerzas sociales emer-gentes
(movimientos de género,
indígenas, negros, defensores
del ambiente, entre
otros), inician luchas
reivindicativas que luego
han pasado a constituir un proyecto político-cultural que apunta a
25 CAPÍTULO 1un nuevo proceso de civilización
pluralista, realmente planetario, posracista, poscolonial y probablemente
posmoderno. Los movimientos
latinoamericanos están constituidos por
comunidades vinculadas con
la naturaleza como
medio y sentido
de vida (por
ejemplo indígenas, campesinos),
experiencias loca-les urbanas
(organizaciones
comunitarias, propuestas artísticas),
modos de acceder o reinventar el trabajo (movimientos de trabaja-dores),
reivindicación de etnias y de identidades ancestrales (indíge-nas,
afrodescendientes), reafirmación de género y de libertad sexual (movimientos
feministas y de diversidad sexual). No sobra decir que estos movimientos no se
manifiestan quími-camente puros, sino que se combinan e integran entre sí.
Finalmente, conviene tener cuidado con la peligrosa frontera entre las acciones
de construcción de nuevas formas de sociedad, y tendencias inicial-mente
utópicas, que desembocaron en prácticas destructivas, como el Sendero Luminoso
y las guerrillas narcotraficantes. Podríamos ver entonces los movimientos
sociales como conjun-tos de personas
que, como colectivos
organizados, inventan y
asumen acciones que en sí mismas se integran en diversos ámbitos
(económico-social-cultural-ancestral-político). En
el despliegue de estas acciones se favorecen las situaciones
de encuentro, inter-cambio e integración social. Ello supone que, como seres
humanos, todos somos iguales
ante la ley
y ante Dios,
tenemos las mismas
posibilidades y las mismas oportunidades. La naturaleza y la forma
como nos
relacionamos, y no
las propiedades adquiridas,
definen lo que somos. La sociedad
es, en consecuencia, una configuración de personas-colectivos interconectados
entre sí. Cada colectivo, en relación con los otros desde sus ámbitos
específicos, imprime direc-ción y sus propios rasgos a la vida social. Desde
lo anterior, enfatizamos
que el ser
de estos movimien-tos sociales apunta a concebir al
ser humano como un ser en rela-ción, más que como un ente individual. La
categoría de relación es primordial está en el ser y el hacer de los
movimientos, sin que ello
Movimientos sociales en
Venezuela: una propuesta transformadora26 implique la
supresión de las
iniciativas y los
intereses personales. Esto implica la preeminencia de valores tales
como la solidaridad, la cooperación, en contraposición con el individualismo
competitivo de la filosofía económica occidental. Desde su
quehacer cotidiano los
movimientos generan una
concepción del mundo,
donde se favorecen
la relación solidaria
entre seres humanos,
la diversidad, la
autoorganización y, sobre
todo, el amor. Por ejemplo, Pineda Ramírez (2004) señala que para el movimiento
zapatista la búsqueda fundamental es el amor. Este movimiento habla de la
verdad múltiple, y esboza lemas aparente-mente contradictorios, tales como
“mandar obedeciendo” y “cami-nar preguntando”. De este modo, la sociedad con
toda su complejidad y su diver-sidad se convierte en un espacio de relación
entre seres humanos, donde se da
preeminencia a la vida
cooperativa y solidaria.
Esto no significa
que en estos
sectores no se
presenten las rivalidades,
vicios y conflictos,
mas se trata
de prácticas que
hay que superar
más temprano que tarde. Y, en esta sociedad, la política pasa a ser
un juego
donde todos participamos
a diversos niveles.
No existe una clase o un sector social privilegiado, de
donde deban surgir los líderes sociales. El liderazgo es una condición de los
diversos grupos humanos, y los dirigentes de tales grupos han de “obedecer” a
tal condición. La medida del liderazgo está en la coordinación de fuer-zas para
obtener logros que beneficien a tales colectivos, así como a aquellos que
ayuden a la estabilidad y crecimiento de todos. La libertad, en esta concepción,
apunta a una búsqueda compar-tida de generar permanentemente las mejores
condiciones posibles para la cooperación
y la horizontalidad en
las relaciones sociales,
con respeto a la naturaleza y a la totalidad de los seres vivos. Es
tarea de los gobiernos,
entonces, fomentar y
respaldar esa creación
de condiciones sociales para la
cooperación, para la relación dialógica, para el fomento de la economía
comunitaria, disminuyendo de ese modo la
carga de privilegios que hace que unas personas exploten
27 CAPÍTULO 1a otras. La libertad no se da
desde lo individual, sino desde la acción relacional entre seres humanos, y
entre estos y la naturaleza. Solo se puede buscar beneficios personales,
buscando al mismo tiempo beneficios para todos.Otra característica de
estos movimientos es
la búsqueda de
integración de acciones
diferentes pero necesarias,
tales como, en palabras de Rubén de la Torriente (2004):
“la autoorganización (acción hacia adentro)
y la lucha
y la denuncia
cotidiana (acción hacia fuera)”. Según nuestra experiencia y
nuestros conocimientos, la identidad de los movimientos sociales es fuerte,
expansiva, y cree-mos que se aleja de posibles búsquedas referidas por París
Pombo (1990) de configurar identidades
restringidas, ante la
debilidad y poca
permanencia de identidades
sociales más amplias
y perma-nentes.